Alain Touraine
Pero cuando uno considera casos individuales se da cuenta de dos cosas. Primero, nuestros países -europeos- destinan un presupuesto importante para intentar resolver estos problemas. Es impresionante que un joven que, sociológicamente hablando, ha hecho algún acto delincuente, pero sin llegar a ser un delito importante, reciba la ayuda de un educador que trabaja a tiempo completo para él durante meses, o lo llevan a un hogar donde están ocho jóvenes y ocho educadores. El esfuerzo que se efectúa es realmente digno de mención, y tiende a aumentar porque la criminalidad de los muy jóvenes -de 9 a 13 años- aumenta rápidamente. Pero, ¿cuál es el resultado?, ¿qué dicen los psicólogos, los educadores, los jueces o los policías? Muy poco. Excepto los policías, que son un poco más listos porque tienen más tiempo para trabajar con esta gente. Pero, en general, lo que todos dicen es que hay que evitar un caída total de estos jóvenes, porque mientras no haya una caída total se mantiene una posibilidad de reacción de toma de conciencia, de cambio de comportamiento. Pero la realidad es que pocas veces he visto a las ciencias sociales tan impotentes.
Un caso del que no tengo experiencia personal es la situación de la gente dependiente, material y psicológicamente, sea debido al alzheimer o por otras causas físicas. En estos casos, otra vez, nos encontramos con una enorme capacidad de realizar cosas. Quiero insistir en eso, porque desde mi punto de vista, estos dos ejemplos pueden ser multiplicados de tal manera que la primera pregunta, el primer tema que hay que abordar es: ¿realmente, qué se debe hacer? A partir del momento en el que se plantea qué hacer, se hace necesaria una definición del problema.
Es muy fácil hablar de la juventud excluida, pero cuando uno hace la pregunta directa, ¿qué hacer?, se encuentra ante la necesidad de precisar que hay jóvenes que no pueden hacer frente a una transformación, un cambio de tipo profesional, o que no pueden vivir con una familia que tiene otras normas de comportamiento, etc. O también se puede decir que el problema es que nuestra sociedad está convencida de que si se pudiera arrojar al agua al 20% de la población, los demás vivirían bien. Es algo que llama la atención. Muchos aceptan que finalmente la única solución es la cárcel y la pena de muerte.
Dejando de lado la pena de muerte, que ya no existe en el continente europeo, está extendiéndose la idea de que hay que eliminar casos peligrosos porque no tienen solución. Cuando uno habla con jóvenes, de 16, 14 ó 18 años, lo que me parece más interesante resaltar no es que estos jóvenes sean excluidos, sino que son destruidos, en el sentido de que no pueden construir o mantener una personalidad, es decir, una capacidad de integrar cada comportamiento, en un futuro o un pasado, dentro de una jerarquización sencilla de metas. Muchísimos estudiosos de estos casos tienen experiencias de este tipo que son impresionantes. Lo que se muestra en algunas películas es muy ilustrativo. Recuerdo una película brasileña con jóvenes que viajan en el techo de los trenes de línea eléctrica, en los que hay un espacio muy limitado con las catenarias, y de vez en cuando hay uno que toca la catenaria y muere.
Es como quien vive en una ciudad sin plano, sin saber dónde están las calles importantes, sin saber donde está el centro y la periferia. En la sociedad actual estamos ante una ausencia de mapas, ante una incapacidad de ordenarnos en el espacio y en el tiempo, de evaluar la importancia relativa de tal o cual debate. Estamos tan acostumbrados a sociedades supersocializadas -incluso se habla de educación en términos de socialización (la familia, la escuela son agencias de socialización)-, que no entendemos que eso no tiene nada que ver con la realidad de cientos de miles de jóvenes en todos los países. Los jóvenes no están solamente desorientados, sino que la realidad es que no hay pistas, no hay camino, no hay derecha, izquierda, adelante y atrás. Hay una sola jerarquía, no siempre clara, que es el grado de satisfacción inmediata.
Un caso del que no tengo experiencia personal es la situación de la gente dependiente, material y psicológicamente, sea debido al alzheimer o por otras causas físicas. En estos casos, otra vez, nos encontramos con una enorme capacidad de realizar cosas. Quiero insistir en eso, porque desde mi punto de vista, estos dos ejemplos pueden ser multiplicados de tal manera que la primera pregunta, el primer tema que hay que abordar es: ¿realmente, qué se debe hacer? A partir del momento en el que se plantea qué hacer, se hace necesaria una definición del problema.
Es muy fácil hablar de la juventud excluida, pero cuando uno hace la pregunta directa, ¿qué hacer?, se encuentra ante la necesidad de precisar que hay jóvenes que no pueden hacer frente a una transformación, un cambio de tipo profesional, o que no pueden vivir con una familia que tiene otras normas de comportamiento, etc. O también se puede decir que el problema es que nuestra sociedad está convencida de que si se pudiera arrojar al agua al 20% de la población, los demás vivirían bien. Es algo que llama la atención. Muchos aceptan que finalmente la única solución es la cárcel y la pena de muerte.
Dejando de lado la pena de muerte, que ya no existe en el continente europeo, está extendiéndose la idea de que hay que eliminar casos peligrosos porque no tienen solución. Cuando uno habla con jóvenes, de 16, 14 ó 18 años, lo que me parece más interesante resaltar no es que estos jóvenes sean excluidos, sino que son destruidos, en el sentido de que no pueden construir o mantener una personalidad, es decir, una capacidad de integrar cada comportamiento, en un futuro o un pasado, dentro de una jerarquización sencilla de metas. Muchísimos estudiosos de estos casos tienen experiencias de este tipo que son impresionantes. Lo que se muestra en algunas películas es muy ilustrativo. Recuerdo una película brasileña con jóvenes que viajan en el techo de los trenes de línea eléctrica, en los que hay un espacio muy limitado con las catenarias, y de vez en cuando hay uno que toca la catenaria y muere.
Los sociólogos hablaban mucho de "pautas de gratificación diferidas". Este concepto clásico es útil para mostrar lo contrario que ocurre con estos jóvenes, que no conciben, no aceptan, no pueden pensar en "pautas de gratificación diferidas". Al contrario, buscan la gratificación inmediata, ya sea un gasto, sexo o juego. Hay que partir de eso.
Durante mucho tiempo se consideraba que el joven era el que apuntaba hacia el porvenir, el que podía aportar cosas e innovar, el joven era visto como un agente de cambio. En consecuencia, la sociedad que creía en sí misma y en su futuro expresaba esta idea sosteniendo que los jóvenes son factores de progreso. Esta fue la visión predominante después de la Segunda Guerra Mundial, cuando todos los países se reconstruyeron más o menos rápidamente, y todos estaban mirando hacia el porvenir e insistiendo mucho en la educación, la movilidad social, etc. Ahora ya no ocurre lo mismo; nuestras sociedades no tienen mucha confianza en su porvenir. Desde hace diez o veinte años no creen el progreso, creen más en las catástrofes o, en el mejor de los casos, en la famosa "sociedad del riesgo".
Esta nueva perspectiva tiene que ser cuidadosamente estudiada, porque nos encontramos ante los elementos fundamentales de un nuevo enfoque. Es decir, no estamos propiamente ante una categoría que se puede calificar como "los jóvenes excluidos". En realidad hay una dimensión general de nuestra sociedad que carece de confianza y se intenta concentrar tal ausencia de confianza en algunas categorías. Esa es, en mi opinión, la cuestión principal. Ahora bien, aun permaneciendo en un plano descriptivo, hay que empezar con una descripción correcta. ¿Qué pasa con estos jóvenes? En una sociedad altamente técnica y educada como la nuestra, el lugar mediano de los individuos, con sus correspondientes papeles sociales, cada vez se sitúa más alto. Como se suele decir: el bachillerato solo ya no sirve. El bachillerato más cinco años es más seguro. Esto significa que mientras que en un pasado de sociedad más inmóvil existía una mayor correspondencia a todos los niveles y el joven solía mantenerse o situarse como su padre, desde el momento en que en las sociedades actuales existe un número creciente de gente que no puede vivir una reciprocidad de perspectivas entre el actor y sus papeles sociales esa relación de complementariedad se sitúa aún más y más alto.
Esta situación se puede ver, de una manera bien conocida, en Japón. Los jóvenes tienen que trabajar de una manera tan competitiva que se acaban rompiendo. La tasa de suicidio de los jóvenes es relativamente alta y muchos acaban en el fracaso, el suicidio, la enfermedad mental, el tráfico de drogas o las actividades criminales. Y esto se puede constatar en todos los países. Si uno considera el caso de los Estados Unidos se suele resaltar casi siempre, y con razón, la alta calidad de las principales universidades. Cuando uno considera las veinte o treinta universidades de más alto nivel, todo parece bien, el sistema funciona muy bien. Si uno baja un poco, el nivel de las under graduates es terrible. Si uno considera una universidad de tercer rango, incluso en Nueva York, su nivel es bajo. No se trata de que el sistema sea malo, es que las exigencias del sistema son tal altas que el país funciona solamente con una proporción muy limitada de gente de alto nivel. En el plano de los científicos, especialmente los matemáticos, la realidad es que el 90% del trabajo de relieve está realizado por el 5% de la gente. Creo que ocurre casi lo mismo en las ciencias sociales. Es decir, nuestra sociedad funciona desde arriba y para arriba y cada vez se sabe menos lo que hay que hacer con los niveles intermedios. No me refiero a los niveles muy bajos, a la gente con crisis personal o a los sectores laborales más amenazados. Lo que quiero subrayar es que en nuestro mundo, la realidad principal es que, salvo a un nivel alto o muy alto, la esfera de la personalidad y la esfera de la sociedad están cada vez menos vinculadas.
Y, por otro lado, tenemos en todos nuestros países una élite superactiva. Francia es el caso más extremo, porque existe un sistema que da lugar a que las futuras élites trabajen enloquecidamente sin saber por qué. Pero saben que van a entrar en la élite y ésa es la meta. La meta no es aprender lo que les interesa, sino entrar en la élite. Ésta es una situación extrema que ahora está más difundida porque el número de personas que quieren entrar y que pueden entrar en la élite ha aumentado. Pero el número de personas que son expulsadas, excluidas, ha aumentado mucho más. De tal manera que el papel principal de las universidades y de los centros educativos, que son tal vez el factor primordial de desigualdad social -especialmente en relación con los hijos y nietos de inmigrantes-, porque el profesor dice: "usted no habla bien francés o español o alemán, entonces, por favor, póngase al fondo de la clase para no impedir que sus compañeros trabajen bien". Cuando uno queda excluido, ¿significa eso que los demás son incluidos? Considero que la situación normal es la exclusión, la ausencia de una unidad en la cual uno se pueda integrar. Es como en la ciudad. Sabemos lo que es una ciudad. Pero si nos fijamos en El Cairo o en México, la realidad es que una inmensa mayoría de la gente no vive en la ciudad, vive en una zona suburbana. En la ciudad de México hay veinte millones de personas.
No se puede entender nada de nuestras sociedades actuales si no se acepta de entrada esta observación básica: no hay sociedad, no hay vida social y la base de las relaciones sociales, incluso las redes de relaciones sociales, la especialización, la diferenciación, la jerarquización..., todo eso está desapareciendo.
El mundo de los juegos, de las PlayStations, de Internet o de ciertos deportes, representa la parte principal de la vida de mucha gente. Y no solamente de los jóvenes pobres. en un estudio antiguo, hecho por un sindicato en una empresa de seguros, a la pregunta "¿ustedes qué hacen en concreto?", la respuesta fue: "es realmente difícil llegar a no hacer nada, pero lo alcanzamos". Es decir, se toma el café, se lee el periódico, se charla, etc. No es broma, creo que la mayor parte de la gente no hace nada o casi nada en su trabajo y la otra parte de la sociedad no siente, no piensa nada. Entonces, la realidad es que lo personal -lo individual- y lo social están separados.
Subrayo todo esto sin recurrir a la oposición tradicional, de la inclusión y de la exclusión. Quisiera proponer una respuesta diferente al problema. Si nuestra sociedad no puede integrarse adecuadamente -está en un proceso de desintegración creciente- ¿de dónde puede venir un elemento de integración? Únicamente, creo yo, del individuo mismo. El problema no es construir una sociedad buena en la cual todo el mundo tenga su espacio, su utilidad y su función. La cuestión realmente es el problema que acabo de mencionar: cómo integrar la experiencia de mirarse y reconocerse en un espejo, que sea capaz de identificar lo que ha hecho y lo que va a hacer, es decir, que tenga la capacidad de distanciamiento, o la capacidad de producción simbólica, sencillamente de hablar. Porque el síntoma fundamental de lo que ocurre es que muchos jóvenes, y muchos adultos, no hablan, o si hablan, lo hacen con una serie de símbolos o señales que no son palabras, que no se corresponden correctamente con la gramática. Muchos hemos tenido la experiencia de estar con un grupo de jóvenes que hablan nuestro idioma, sin entender nada. No se trata de palabras o de frases, se trata de la serie de señales-signos, de luces y sombras, etc.
Entonces, el problema central, en un mundo que no ofrece soluciones a sus problemas, es cómo se puede reconstruir, producir, inventar individuos, que tengan la capacidad de desarrollar su "personalidad", de integrar varios elementos de sus conductas que no estén fragmentados, y que tengan la capacidad de distanciarse lo suficiente de sí mismos como para lograr la capacidad de manejarse. La persona que maneja el auto no es el auto. Porque todos tenemos costumbres y sabemos hacer algunas cosas.
Lo que acabo de decir, si uno lo toma en serio, nos lleva a la conclusión de que hacer algo no es cambiar la sociedad sino cambiar individuos. Pero no sólo cambiar, sino construir. En nuestras sociedades hay bastantes individuos en ruinas y en cierta manera todos somos, parcialmente, poco o mucho, ruinas. Cuando digo "estar en ruinas" quiero indicar que la correspondencia entre la acción social y la experiencia personal cubre una parte muy limitada del comportamiento. ¿Cómo podemos aumentar esa correspondencia? ¿Cómo podemos individualizar a la sociedad y socializar al individuo?
Yo creo que las ciencias sociales no están concediendo la prioridad necesaria a estas cuestiones por entender que todo esto se relaciona de manera más estrecha con la Psicología. Sin embargo, en la práctica, los psicólogos no tienen mucho que decir ni mucho que hacer en este campo. Entonces, ¿cuál es la manera de reconstruir la situación? Quisiera mencionar una experiencia que está desarrollando un juez, y que empezó en el norte de París, en la región más difícil y desintegrada de la ciudad. En todos los países hay mecanismos muy sencillos para evitar la cárcel, porque hay cientos de miles de personas que quieran ir a la cárcel según la ley. En muchos países -salvo los estadounidenses y los rusos, que tienen a millones de personas en la cárcel- se han inventado los "trabajos de interés común". En Francia, la ley permite sustituir un tiempo corto de cárcel con lo que se califica como "jornadas ciudadanas". Y este juez, y decenas de jueces, nos han pedido poner a estos jóvenes durante unos días frente a gente que está esperando escucharlos. El problema es saber en qué condiciones es posible operar este distanciamiento de sí mismo, esta capacidad reflexiva que es fundamental en nuestra sociedad. Creo que ésa es la única solución: desocializar totalmente, generar una situación de vacío. Un ejemplo muy concreto: un enfermo en un hospital le dijo a una enfermera que le tocaba el brazo, y que le hablaba: "mire, estoy feliz porque nunca nadie antes se había preocupado por mí en mi vida -tenía 75 años- como tú lo haces hoy".
Es decir, la sociedad ha destruido el actor social, el individuo con su experiencia, entonces lo que tenemos que hacer es crear una situación de vacío social en la que podamos ayudar a la gente a construirse. Construirse significa, en primer lugar, hablar. Por tomar un caso bien tradicional, cuando uno ha experimentado las formas más duras de trabajo, con cadencias y ritmos impuestos rígidamente, la gente no puede hablar de su trabajo ni en su trabajo. Hay libros magníficos que explican cómo algunas personas fuera del trabajo destruyen todo; vale decir, "me destruyen, pues yo destruyo todo". Si hay posibilidades de vez en cuando de establecer un silencio, y lograr que la persona se encuentre sola frente a un amigo, es posible que los procesos de construcción sean posibles.
Ante estas situaciones, lo que tenemos que hacer es darnos cuenta de que después de un siglo o dos de construcción y de análisis de la construcción social estamos en un mundo que no tiene sentido si entendemos por sentido que exista una correspondencia entre la función y la diferencia. Lo digo en términos muy concretos. Lo cual puede servir para revisar y reorganizar los programas de estudios y para recordarnos que estudiar es actuar. Un biólogo o un físico actúa, cambia el mundo. Y nosotros en las ciencias sociales seremos tomados en serio el día que podamos decir: puedo sacar de tal análisis tal práctica social con tal resultado. Creo que no es imposible. Participar en la reintegración de las conductas con las normas del sistema.
fuente: "Juventud y exclusión social. Décimo foro sobre tendencias sociales", José Félix Tezanos (ed.), Sistema, Madrid 2009, págs. 11-20
0 comentarios:
Publicar un comentario